Anécdota sobre un trabajador para operadores de Querétaro sobre el mundo empresarial de los arcades en México aparentemente en la segunda mitad de los 90s publicada el miércoles 9 de julio del 2008
Como se gana la vida: Subarrendando maquinitas.
Comencé con esta serie de posts hace un par de años, narrando como —duh— empecé a ganarme la vida después de terminar la secundaria (que son todos los estudios que tengo) y nunca termine de escribirla. Algunos viejos lectores tal vez recuerden los Como se gana la vida: El Inicio, Telefonista, Tatuador, Pizzero, Serigrafista y Mensajero (que nunca escribí, ja). Ahora, aquí esta la esperada penúltima parte (Es largo y no es gracioso, así que pueden saltárselo y no reclamen después).
Después de sufrir el accidente en motocicleta que me desfiguro me deshizo la clavícula en la mensajeria, a mis dieciocho años regrese —de nuevo— a vagar a mi calle. Uno de los amigos habituales trabajaba como ayudante de operador en una ruta de maquinitas a comisión.
Todos han visto maquinitas de videojuegos en las tienditas, farmacias, papelerías, etc, etc. Pues bien, esas maquinas no aparecen ahí por generación espontánea, tienen su chiste. Pero primero lo primero.
Un día este amigo llego y me pregunto si quería echarle la mano unos días en su chamba, me pagaría proporcionalmente a lo que saliera y lo más importante, podría jugar todo lo que se me diera la gana en las maquinitas, gratis. Inmediatamente le dije que si.
Al otro día temprano paso por mi en una camioneta estaquitas y nos fuimos a casa de su jefe. Ahí me lo presento, se llamaba Francisco, era de Torreón, media 1.85, usaba botas y a las 11 de la mañana ya tenía la sombra de la barba de las 5 de la tarde. En pocas palabras, era un norteñote que hablaba golpeado y decía “soda”.
En esa época estaban “intervenidos” (Las ganancias andaban por los suelos y de la matriz en Torreón mandaban a un interventor para que viera que estaba pasando) y el trabajo consistía en recorrer la ruta de las maquinas y si alguna no estaba dejando ganancias, había que reubicarla, lo que significaba darle las gracias a la doña de la tienda, cargar la maquina en la camioneta y buscar otro lugar en donde colocarla.
Era una joda, porque reubicábamos un promedio de 10 a 15 maquinas por día. Dejando a un lado lo cansado de subir y bajar las maquinas a la camioneta (cada una pesaba de 80 a 100 kilos) lo mas desgastante era convencer a los dueños de los negocios para que aceptaran las maquinas a comisión. La cosa esta así:
Uno llega a la tiendita de la esquina que atiende una viejita. Primero había que darle un vistazo rápido y juzgar si había espacio para la maquina, luego, había que esperar que la señora se desocupara y nos pusiera atención. Después venia lo difícil, que es algo así: (este dialogo se repetía unas 20 o 30 veces al día)
—Buenas doña. ¿Cómo esta?
—Bien joven, ¿Qué desea?
—Pues mire, le vengo a ofrecer una maquinita, ¿ya la vio? Esa que traigo en la camioneta.
Aquí podían pasar dos cosas: La señora podía decir “No, no, esas cosas no, gracias” o mostrarse interesada; si era lo primero, había que hablar mas, pero por lo regular se interesaban, luego era algo así:
—¿Y eso como es o que?
—Pues mire, yo le dejo la maquina aquí, sin compromiso, para que la pruebe, usted nomás la prende y le cambia las monedas a los muchachos. Yo vendría cada tercer día a revisarla. Sacamos el dinero, lo contamos, y de lo que salga le doy el 30%, ¿como ve?
—¿Pero le tengo que firmar algo o poner dinero?
—Nada señora, ni firma ni paga nada, usted nomás la prende y ya, yo le doy su dinero dos veces por semana.
—¿Pero eso jala mucha luz, no? ¿Quién me va a pagar lo que suba el recibo?
—Ah, mire, la maquina consume casi lo mismo que una televisión, y fíjese, para que la maquina nos convenga a los dos, tiene que sacar mínimo unos 300 pesos a la semana, de esos 300, a usted le tocan 90. ¿De cuanto le llega su recibo?
—Pues como de 300 pesos.
—Ahí esta, y eso es al bimestre; al mes mínimo la maquina le tiene que dejar 350 pesos, fíjese, la maquina le pagaría todo el recibo de la luz, incluyendo los refrigeradores y lo demás y aparte le quedaría dinero. No tiene pierde.
Por lo regular esto servia para convencer a la gente, hay que ser muy bruto para no ver el negocio, pero aun así, se sorprenderían de la cantidad de gente que no entendía. En esos días aprendí a odiar al mundo y la estupidez humana.
Si aceptaban, acomodábamos la maquina y la dejábamos lista. Por lo general para ese momento ya había una bolita de niños emocionados corriendo la voz de que “pusieron una maquinita!” y esperaban ansiosos para jugar. Entonces le dejábamos unos 200 o 300 pesos de cambio a la señora, le dábamos nuestro teléfono por si se descomponía la maquina y nos largábamos a buscar otro local.
Si todo salía bien, la señora nos hablaba al día siguiente, preguntando si podíamos ir a dejarle mas cambio porque ya se le había acabado, eso era música para nuestros oídos. Algunas veces teníamos que regresar el mismo día por la tarde.
Lo de los 300 pesos a la semana era lo mínimo para que fuera rentable para nosotros, pero había locales en los que la maquina dejaba 600 o hasta 800 pesos a la semana. Algunas dejaban tanto que incluso pagaban la renta del local. Las señoras nos amaban.
Resumiendo. Cuando levantamos la ruta, se fue el interventor . Mi amigo ya no le siguió y Francisco, el operador jefe, me pregunto si quería quedarme de ayudante, yo dije que si y empecé a trabajar directamente con Francisco, lo cual era inevitable, porque en el negocio solo éramos el y yo, ja.
Empezábamos a las 8 de la mañana. Teníamos unas 80 maquinas en total, que dividíamos en tres rutas: lunes y jueves revisábamos unas 30, martes y viernes otras tantas y las restantes los miércoles y sábado. Dejábamos las más estables y para los miércoles y así a veces poder saltarnos los sábados.
Mi trabajo consistía en abrir la maquina, pasarle el cajón de monedas a Francisco —mientras el platicaba con la señora—, checar que funcionara bien; si la palanca o los botones fallaban, sacaba las refacciones y los cambiaba. Después revisaba la programación del juego y veía como iban los promedios; si estaban durando mucho jugando —lo ideal es que un duren de unos 5 a 10 minutos por moneda en promedio— le subía a la dificultad o cambiaba otros parámetros, como numero de vidas, de continues, etc, etc (Si, ódienme, yo era el responsable de que no pudieran pasar la segunda tercia en King of Fighters, JA!). Si el juego no estaba dejando, lo cambiaba. Todo esto lo hacia mientras Francisco contaba el dinero y le dejaba su comisión al encargado. Llegue a hacerme tan rápido que podía revisar una maquina y dejarla lista en menos de 2 minutos (cambiaba la programación del juego tan rápido que los chavos no podían ver siquiera que estaba haciendo). En cuanto acababa, ponía unos 10 o 15 credits y empezaba lo bueno, cerraba la maquina y decía hacia la bola de mocosos que tenía detrás de mí:
—A ver cabrones, fórmenle.
Y empezaba el desmadre. Por lo regular los mas vagos y grandes eran los que agandallaban a los demás. Casi todos nuestros juegos eran de peleas: los King of Fighters, Tekken, Samurai Shodown (Ipum!), World Heroes, Art of Figthing, Marvel vs Capcom, etc, etc. Y algunos como Puzzle Bubble, Snow BROS. (En el que yo era una VERGA, llegue a hacer las chuzas de todos los niveles) y varios mas.
Los niños ya sabían cuando llegábamos y me esperaban con ansias, ("El don de las maquis!)" porque después de patearles el culo (y siempre se los pateaba) nos íbamos y dejaba los créditos sobrantes para que se pelearan por ellos. En algunos locales (como el que teníamos frente a la prepa norte) habían cabrones que si me daban batalla y me esperaban para la revancha. A veces Francisco terminaba y se quedaba esperando a que yo terminara entre mentadas de madre:
—Ándale cabron! No tenemos todo tu pinche tiempo hijoelachingada!
—Perate cabron, nomás le parto su madre a este guey.
(Gracias a Francisco aun conservo un acento golpeado y medio norteño —del que mis amigos se burlan mucho— al hablar con extraños)
A veces organizábamos torneos y regalábamos cosas que venían con los juegos, como posters, calcomanías y de plano créditos.
Si toda la ruta andaba bien y no había maquinas que reubicar o reparar, acabábamos a eso de las 2 o 3 de la tarde. A veces incluso, aun parándonos a desayunar (ya teníamos ruta también para eso: las gorditas de San Roque los lunes y jueves, los quesocarnes de satélite los martes y viernes y las carnitas de Santa Rosa los miércoles) terminábamos a las 12 o 1 de la tarde y me quedaba todo el día libre. Fue en esa época, mientras Francisco manejaba de local a local, que leí cerca de 200 libros, snif.
Al final de la semana, Francisco hacia cuentas y me daba el 30% de las ganancias. Eso duro como un año, me iba bien, pero lo mejor vendría después.
Como la ruta iba bien, de Torreón nos mandaron otras 20 maquinas, la ruta se puso mas pesada y como yo me llevaba muy bien con Francisco y el andaba viendo lo de su boda, decidió pedir otra camioneta a la matriz, partir la ruta y dejarme la mitad para que yo la manejara solo. Wohoo.
Entonces yo me busque a mi propio chalán, primero le dije a mi ex cuñado Ricardo, hermano de Paty, si quería jalar, dijo que si y así nos pasamos unos meses, yo mantuve la ruta saludable y en Torreón me agarraron confianza. Incluso mandaron a alguien para que “me conociera” y no hubo ningún problema.
Para ese entonces, Francisco ya se estaba casando y se quería ir a vivir a León, pidió una ruta allá y se la dieron, entonces vino de Torreón uno de los pesos pesados a hablar conmigo. Me ofrecieron quedarme como operador jefe a cargo de todo. Yo, por supuesto, acepte y después de firmar un pagare por 400,000 pesos por las 120 maquinas que ya teníamos y las dos camionetas, me entregaron la ruta.
Y ahí empezó la época de mi vida mas decadente que haya experimentado jamás.
Yo tenía 20 años y era mi propio jefe. Solo tenia que rendirle cuentas —por fax— a la matriz de Torreón una vez a la semana. De nuevo partí la ruta y le di la mitad a Ricardo.
Los sábados tenia que depositar a la matriz la renta de las maquinas –de mi ruta solamente, deje que Ricardo se encargara completamente de la suya-, que eran unos 12,000 pesos, de lo que restara, yo tenia que pagar gasolina, permisos, reparaciones, etc, etc. Aun así, la ruta estaba tan bien que había semanas en las que yo sacaba libres para mi 2000, 3000 o hasta 4000 pesos. (Si algún Queretano conoce el “Súper Lomas” de Lomas del Márquez y llego a jugar en las tres maquinas que tenia ahí, gracias, muchas gracias)
Claro, había semanas malas o la época de vacaciones en donde a veces no salía lo de la renta y yo tenia que poner de mi bolsa para completar, pero por lo regular ganaba unos 8,000 o 10,000 al mes. Nunca gaste dinero como en esa época.
Visualicen esto:
Yo no tenia obligaciones y ganaba dinero groseramente, aunque gastaba en cuanto se me ocurriera, aun al final de la semana aun me quedaba dinero. Pagaba facturas del celular de 1,500 pesos (estoy hablando de hace 10 años), le invitaba TODAS las pedas a Pedro y Pablo (que en esa época también chalanearon conmigo, era acabar la ruta e irnos a chupar), invitaba los campamentos a Tequisquiapan, las salidas con las viejas y las cuentas de comidas. De aquella época de bonanza solo me queda, físicamente, un reloj de titanio (un día entre a Sanborns, lo vi, pregunte cuanto costaba —3,000 pesos— y lo compre sin mas) y mi telescopio. Lo demás me lo chupe, fume, comí y cogi. ¿De que mejor manera se puede gastar el dinero?
Eso duro cosa de un año o dos, pero obviamente, las cosas no pueden ser tan hermosas por siempre, snif.
En ese entonces entro otra compañía a Querétaro que manejaba maquinas, los cabrones saturaron la ciudad, ponían maquinas en locales pegados a los míos, y, obviamente, la ruta bajo. Durante un par de meses yo estuve saliendo tablas y por otro lado, ya estaba hasta la madre. Mandaron un interventor y fue cuando todo se fue a la mierda.
Cuando lo recogí del hotel, me lleve una sorpresa, el que yo creía que era el interventor, en realidad solo era un ayudante, LA interventora se llamaba Vanesa, tenia mi edad y era una chulada de ojos verdes. Por mi mente pasaron todas las cosas que les están pasando por la mente a ustedes.
Pero no, resulto que Vanesa era una hija de papi (literalmente; su papa era uno de los pesados de la matriz) que solo venia a vacacionar y echar desmadre mientras hacia como que trabajaba. Esto no hubiera sido problema excepto por un pequeño detalle: era una pendeja y me estorbaba en todo.
Chocamos inmediatamente. Entre su pendejez y mi hartazgo, logramos crear un clima de trabajo tan estresante que yo ya no veía la hora de que se fuera a la chingada. En las mañanas, cuando iba a recogerla al hotel para empezar la ruta, apenas se iba levantando porque estaba cruda o con un cabron (irónicamente, se hizo amiguísima de mis ex cuñada, hermana de Ricardo y se la pasaban en el desmadre y hasta agarro novio). Todo el día se hacia pendeja y al final reportaba que yo era un pesado —que lo era— que no cooperaba con ella.
Después de un mes me harte definitivamente y llame a Torreón para avisar que iba a entregar la ruta. Se apenaron sinceramente y me ofrecieron alternativas, pero ya no quise hacer las cosas mas grandes culpando a la vieja esta y solo les di las gracias. Cuando al otro día fui a recoger a Vanesa –que venia particularmente odiosa porque se había peleado con su guey y quería desquitarse conmigo- con la sonrisa mas sarcástica que me salio le dije que ni se molestara, que le iba a entregar la ruta y que teníamos mucho trabajo. Le arruine la semana y me sentí muy bien.
Entregue la ruta, le di las gracias, nos despedimos como amigos de toda la vida —y como diría Ibargüengoitia—, nos volteamos y nos mentamos la madre.
Ahora solo me quedaba ver hacia el futuro con esperanzas; yo sabia que me esperaba algo grande, y así fue.
Heme aquí, un exitoso bloguero con un próximo ascenso en mi carrera como repartidor de garrafones de agua…
…voy a llorar a la regadera.
Fuente: http://elhuevo.blogspot.com/2008/07/com ... dando.html